lunes, 16 de mayo de 2011

¿American Psycho 2.0? Klout no perdona

Bueno, pues a estas alturas hay algo que creo que sabemos todos: Blogger ha tenido la semana pasada la peor caída de su historia. Está siendo una primavera tonta, la de este 2011. Primero, la caída de Amazon generando dudas sobre el cloud computing, y ahora 2 días sin Blogger.

Yo me he incorporado a un nuevo trabajo el pasado martes, y mi llegada a las oficinas de París para el plan de acogida ha coincidido precisamente con un problema con nuestro proveedor de Internet que ha tenido sin conexión a todos los equipos fijos (la WiFi, afortundamente, iba). Trabajo en una empresa de juegos online. Imaginen. Absolutamente nada que hacer. Es un sitio donde "trabajar en local" es una expresión con muy poco sentido. Eso es fabuloso, claro está. Permite que el producto se actualice enseguida, que tengas agilidad para introducir cambios, que te comuniques con la comunidad de jugadores en tiempo virtual. Pero, claro, genera nuevas dependencias.

No pasa nada. Antes, cuando se iba la luz tampoco se podía trabajar (y además, en según qué edificios, era incluso algo siniestro). La caída de Amazon fue bastante seria, sí, pero incluso después de unos días sin Hootsuite se pudo vivir. Y, honestamente, no creo que esto implique que hay más problemas de seguridad que cuando se trabaja sobre servidores propios. Pero en fin. Para gustos los colores. Y toda tecnología necesita a sus apocalípticos, supongo.

El caso es que se cae Blogger y mi TL de Twitter se vuelve loca. Y yo, que últimamente actualizo a finales de semana, directamente doy por perdida mi actualización semanal. Honestamente, tampoco pasa nada. ¿Seguro?

Porque en cualquier presentación sobre SEO te advierten de las penalizaciones que un blog recibe por parte de los buscadores cuando se deja de actualizar. Y debo confesar que pensaba que era un mito pero mi posicionamiento en Google, que me había parecido muy rápido, cayó en picado durante una racha de mucho trabajo a mediados de abril. Y supongo que ahora andará igual. Desaparecido en torno a la quinta página de resultados, que es como no existir.

A finales de abril, también, modificaron el algoritmo de Klout para hacerlo más exigente; y ahora penaliza a aquellos usuarios que tenemos una mala semana y no podemos andar mucho por estos lares. Por si alguien no lo conoce, Klout es una herramienta de medición de la influencia online que aunque está en beta se define con el ambicioso claim "The standard for influence", nada menos. Es una herramienta interesante, la verdad, y además tiene el mismo punto a su favor que le veo a Foursquare: si me das una lista de chapas-trofeos-logros-álbumdecromos para coleccionar, es probable que me acabe enganchando. Me parece algo práctico para complementar las estadísticas de Facebook, que son regulares, la verdad. Y es una herramienta muy intuitiva para ver qué tal funciona tu cuenta de Twitter. Si no digo que no.

Digo que cuando alguien viene con su Klout por bandera, da miedo. ¿Han visto, o leído, American Psycho? ¿Recuerdan esa famosa escena con las tarjetas de visita? A mí me pone los pelos de punta.


Así que, en realidad, siendo sincera, no tengo problema alguno con Klout. Tengo un problema con que Klout aparezca junto a mi nombre en mi perfil de Twitter, es decir, tengo un problema con la integración de Klout en clientes como Hootsuite, y tengo un problema muy serio con el concepto de la tarjeta de visita. Y es que, ya lo dije, de cuando en cuando me sale un punto rancio en el que hecho de menos la vida antes de que todo fuese monitorizable. Todos sabemos, o intuimos, al menos, quién es más influyente que nosotros. No hay necesidad, creo yo, de que a la hora de agregar a alguien me lo coloquen numéricamente en una escala que, además, no me parece realista (otra cosa es que sí me parece interesante su clasificación en tipos de usuarios, que te coloca en diferentes cuadrantes de una matriz en función del tipo de interacciones). Es como el número de followers: mientras la gente siga a otros sin ningún criterio, ¿qué información me da a mí la gente que te sigue?

Puede que tengas un número muy reducido de seguidores, muy selectos. Y que esos no se pierdan ni uno solo de tus tweets. Puede que tengas un montón de seguidores que prácticamente no leen: sólo publican su propio contenido, y siguen a todo el que les sigue. Puede que consigas muchos RT a costa de lo que en IRC se llamaba floodear, no sé si en Twitter tiene un nombre: programar tus publicaciones para colapsar las pantallas de tus seguidores y que todo lo que vean, a cualquier hora, sea tuyo. Pues bien, eso te hará popular. Pero inaguantable.

Honestamente, me gusta saber cuánta gente disfruta con lo que leo, no cuantos me hacen un #ff para ver si se lo devuelvo. Me gusta saber a cuánta gente le resulta interesante el contenido que comparto. Me gusta reconocer a los demás esa capacidad de compartir o crear buen contenido; no necesito que me lo agradezcan públicamente. Nunca he hecho un RT buscando que me mencionen. Dios me libre.

Probablemente me lo esté montando fatal, y de hecho Klout ya me está castigando. Pero, ¿saben qué? Una de las cosas más bonitas que aprendí en el #8DíaC es que hay gente que en su tarjeta de visita tiene puesto "Ser Humano". Yo, de momento, me contento con ser groupie, sin más cargo que ese. Me da la sensación de que mientras agregue a la gente que me divierte y no a la que me conviene, mientras vaya a los sitios a ver y no a dejarme ver, escriba sobre lo que me interese y cuando mi maravilloso trabajo nuevo me lo permita, seguiré disfrutando de lo que hago. Y sin disfrutar, no se comunica, señores, créanme.

sábado, 7 de mayo de 2011

Y tú, ¿qué querías ser de mayor?

Ayer por la tarde estuve dando una pequeña charla sobre cómo usar Internet de forma más prudente a una clase de niños de 11 años, por petición de una profesora del máster. Es una de esas cosas que parece mucho más sencilla cuando la piensas que cuando te pones a hacerla. ¿De qué hablarles a quienes conocerán como la palma de su mano una "parte" de Internet por la que yo me muevo poco? La verdad es que temía bastante que lo que a mi profesora le parece un conocimiento experto a ellos les pareciera pura charlatanería (ejercicio práctico de qué ocurre cuando no superas la prueba de la madre). Finalmente, me apañé bastante bien y conseguimos hablar de todo lo bueno y lo malo de la red, sin dramatismos ni exageraciones ni por uno ni por el otro lado: Internet como fuente de información contrastable con profesores y padres, disfrutar de los juegos on-line pero procurar hacerlo jugando con otros y sin dejar de jugar a otras cosas, acceder a contenidos culturales de forma legal y evitando el malware, tratar a los demás con respeto evitando y denunciando el ciberbullying y el bullying a secas, y cómo comunicarse con gente de forma sensata: no hables con extraños, v. 2.0. Divertido.

El caso es que cuando mi profesora me presentó me sentí extrañamente traidora. La verdad es que tengo la suerte de tener una profesión y estar a punto de empezar en un puesto que son muy atrayentes para personas de esta edad, pero, en realidad, ¿dónde creía yo que iba a estar cuando tenía 11 años? Ya me pasó mientras preparaba la presentación y me preguntaba qué me interesaba a mí con 11 años (independientemente de que, claro, no lo hiciera en Internet). ¿Quería ser quien soy cuando fuese mayor?

Con 5 años quería ser pintora y vivir en París o Nueva York. Actualmente tengo vínculos fuertes con ambas ciudades, pero me temo que he tenido que asimilar mi incapacidad total para la expresión plástica. Aun así, sigo pensando en dibujar las fotos que no puedo hacer.

Cupcakes de Reyes Magos y Hello Kitty como estrella invitada
Con 6 años quería ser pastelera. Iba a tener una tienda que se llamaría El ratoncito Pérez y comería dulces todo el rato. Y, bueno, no tengo una tienda, pero después de muchos años de independencia me he reconciliado con la cocina gracias al impulso de Ruth, de Apetit'Oh!, que hasta me enseñó a hacer cupcakes estas navidades. Poco a poco, cocinar, y en cuanto que me termine de reconciliar con mi horno especialmente la repostería, se ha convertido en una válvula de escape.

Con 7 años quería ser escritora. Tanto es así, que hasta decidí qué iba a estudiar. Había un concurso de redacción de Barbie en el que tenías que presentar tu vocación. Yo dibujé a una Barbie sentada en su máquina de escribir y hablaba de estudiar Filosofía y Letras, leer mucho, pensar mucho y escribir novelas para niños. A día de hoy, aunque acumule polvo en el cajón, al menos puedo decir que tuve constancia suficiente para acabar mi novela juvenil y que incluso disfruto releyéndola y sintiéndome como si tuviera 15 años.

Con la adolescencia, mis vocaciones fluctuaban permanentemente. Quería ser periodista, pero un suceso trágico muy cercano y muy mal tratado por la prensa me hizo tomar una distancia con ellos que se convirtió en auténtica manía (afortunadamente me he ido calmando con el tiempo...). Soñé con ser hacker pero me sentía cobarde para dedicarme a semejante cosa. Me encantaba la bioquímica, y quise ser farmacéutica, pero la física se me atragantaba todo el rato y mi profesor de estadística de bachillerato me llamaba, directamente, chicadeletras, así que supongo que no tenía mucho futuro por esa vía. Pensé en estudiar Historia del Arte, aunque creo que es la vocación más breve que he tenido en mi vida (y ya es decir). Quise hacer Publicidad, pero leí 11,99 €, de Beigbeder, y me dio un miedo atroz quedarme sin principios. Pensé en estudiar Sociología, pero irme a estudiar a Granada sencillamente no era una opción. Llegué a decir en una charla de orientación que quería ser "actriz, o escritora; y si no, camarera. Para tener tiempo de escribir y actuar por las mañanas", provocando una preocupación considerable en mi entorno con ese alarde de bohemia.

Un vecino me invitó a actuar en su corto y concluí que era eso lo que quería hacer. Empecé Comunicación Audiovisual. Rodé algunos cortos y escribí bastantes más. Pero no cuajó.

¿Y ahora?

Ahora terminé siendo publicista, y ya no temo por mis principios. No pude ser socióloga, así que hice un máster y en "mis ratos libres" hago una tesis en sociología, como si semejante cosa pudiera ser un hobby. Hace años que no hago ni un amago de actuar, pero escribo todos los días; para mí, o para otros. Y nunca aprendí a colarme por agujeros de seguridad, pero me encanta toquetear los códigos fuente de las páginas. Afortunadamente, porque cada vez parece que va más unido lo de comunicar y programar (ya decía mi padre que la programación era un idioma...). El resto de mis vocaciones se han convertido en intereses personales; y, paradoja, una de mis aficiones se está convirtiendo, parece ser, en profesión.

Casi no puedo esperar a que sea oficial para compartirlo con todo el mundo porque estoy segura de que es el trabajo más bonito que he tenido en mi vida, y me parece que es lo que he querido hacer desde que empecé a considerar a Douglas Coupland entre mis escritores favoritos, pero ni siquiera ha aparecido en esta lista.

Ayer, alguno de los niños dijo que de mayor quería dedicarse a la Publicidad. Me encantaría preguntarle qué ha sido de él dentro de quince años.

¿Vosotros supisteis alguna vez que estaríais donde estáis?

martes, 3 de mayo de 2011

Maximizar el tiempo

Si algo tiene de buena la cultura actual es la capacidad de hacer de su esquizofrenia virtud y dejar un hueco para todo tipo de contradicciones. Una de ellas es la que no para de marcarnos formas contradictorias de relacionarnos con el tiempo.

Me resulta preocupante que el lema de las bebidas energéticas ya no sea el de exprimir la noche sino el espacio de trabajo. El lanzamiento en España de V - Energy Drink (no exento de polémica: incluso en Actuable hay una petición para que se retire una de las piezas de la campaña por considerar que crea estereotipos negativos de los trabajadores de L'Hospitalet) va asociado a rendir más durante la jornada como parte del proyecto de disponer de horarios razonables.

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Lo cierto es que en España tradicionalmente tenemos horarios más extensos, y la supuesta mejora que iban a introducir las tecnologías como herramientas para mejorar la productividad y facilitar la conciliación parece que ha ido más bien en la dirección contraria, como se analizaba en un artículo de Yorokobu del pasado mes de marzo, en el que se preguntaba por las nuevas formas de trabajo OAH (Open All Hours) y la necesidad de establecer barreras a estos con sistemas de OOOR (Out Of Office Repliers). Si nos movemos hacia profesiones directamente relacionadas con el mundo online como la requetetratada de community management, entonces el OAH parece no ya una exigencia, sino parte del sentido común.

Y, en paralelo, Flex tiene en marcha su maravillosa campaña de 40 días en la cama por un mundo Slow (Sra. Rushmore), nominada a los TheFWA (hoy son el site del día). De hecho, el lanzamiento del proyecto me gustó tantísimo que quería haberlo utilizado de excusa para informarme sobre el movimiento Slow. Una colega y buena amiga con la que siempre me gusta estar de acuerdo se me adelantó, así que os invito a que le echéis un ojo a la reflexión que hacía en su blog Sara Domínguez Martín sobre el tema.

Por mi parte, me quedo, como también me gusta hacer, con las preguntas. ¿Es razonable que tengamos que recurrir al café, esa droga mayoritaria del XX, o a las bebidas energéticas que quieren ser su equivalente en el XXI, para cumplir con nuestros horarios de trabajo? ¿Es razonable que nos sintamos culpables cuando le explicamos a un cliente que no trabajamos un fin de semana y que por tanto no tenemos tiempo de cumplir con un deadline imprevisto y con unas mínimas exigencias de calidad? ¿Es razonable que tengamos que seguir forzándonos a dormir seis horas diarias? ¿Es razonable que tengamos que ser aún más productivos para alcanzar un horario "europeo" considerando las tasas de paro actuales? ¿No sería mejor establecer primero el horario razonable, crear más puestos de trabajo y, de paso, permitir que el nivel adquisitivo general suba lo suficiente como para reactivar nuestras economías basadas en los servicios y otros productos que no son de primera necesidad?

No soy quién para aconsejar en este sentido, porque la verdad es que cuando no me meto en cien cosas no me siento yo misma, y cuando no trabajo un fin de semana acaba siendo porque estoy en un congreso sobre otro tema, y cuando termina el día me apetece aprender algo y no sólo ver una buena película. Pero creo que deberíamos obligarnos todos un poco a apagar esa adicción a lo urgente y dedicarnos a disfrutar el tiempo, y, por qué no, a perderlo. Para variar.